sábado, 5 de noviembre de 2016

El beso I

"Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda."
El monte de las Ánimas G.A. Bécquer

Entre la noche que caía sobre las malezas del monte, cuyos rumores se extendían más allá del propio pueblo, ese el cual una vez doblaban las campanas a medianoche, nadie, por mucha valentía que portase, a pisar se atrevería.

I

Una muchacha cubierta de harapos teñidos de negro regresaba a casa. Era más de media noche, y ella, absorta de los avisos que su madre le dijo repetidas veces, haciendo caso omiso a los murmullos de ese monte, se adentró entre sus ramas y siguiendo los senderos curiosa e intentando comprender de qué huían los más valientes, de qué hablaban los campesinos una y otra vez al escuchar hablar de ese monte maldito. Ella, tan sigilosa como pudo ser, escapó de su lecho al vislumbrar que la luna, tampoco temía a la oscuridad. Caminó durante horas por entre las arboledas, oyendo una y otra vez, susurros, chasquidos y dando por sentado que serían pequeños seres salvajes que, como mucho, querrían huir de sus pisadas. Pero uno de esos murmullos, le pareció que pronunciaba fugazmente su nombre con voz masculina y de forma clara. <<Marta>>. Se giró bruscamente en busca de una sombra que delatase a una persona escondida entre algún árbol, pero no consiguió distinguir nada. Su rostro palideció al instante. Aún así, se puso firme y preguntó:
-          ¿Quién llama? –su voz parecía segura, aunque sus piernas temblorosas, amenazaban con fallar en cualquier momento.
No halló ninguna respuesta a su pregunta. Confusa, prosiguió su camino, esta vez más atenta a su alrededor. Por su cuerpo, comenzaron a resbalar unas gotas de sudor, pero ese sudor era frío. Sus piernas, como predijo, le fallaron. Se calló de rodillas al lado de un viejo roble, sobre sus hojas marchitas se dejó caer. Agachó la cabeza, cerró sus ojos un segundo y notó una mano helada en su espalda. No se movió, aguantó la respiración y su corazón se aceleró cual caballo desvocado y salvaje. Pero después, la mano se volvió cálida, le resultaba conocida. No daba crédito, quiso girarse pero algo se lo impedía. La mano comenzó a moverse, a acariciarle de arriba a abajo por toda su espalda y fue a desembocar en la mejilla de la muchacha. Ya no tenía miedo, la curiosidad le invadió y pronunció con voz temerosa una pregunta:
-          ¿Quién eres? –la mano se detuvo. La pregunta, una vez más, calló en el olvido sin hallar respuesta.
Pensó que solamente era fruto de su imaginación, que los posteriores ruidos y la presencia de aquella mano tan solo fue su cabeza jugándole una mala pasada. No hizo caso a lo ocurrido, se levantó y siguió caminando hasta su posada. Allí, se fue directa hasta su lecho, y se tumbó. Calló rendida ante la luz de la luna que caminaba entre sus mantas y se durmió con su mano descansando justo donde sintió aquellos extraños dedos y su calidez que por segundos parecían reclamarla.

Continuará...

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